La compasión no es una relación entre el sanador y el herido. Es una relación entre iguales. Sólo cuando conocemos bien nuestra propia oscuridad podemos estar presentes con la oscuridad de los demás. La compasión se vuelve real cuando reconocemos nuestra humanidad compartida.
(Pema Chödrön)
Hace unos días conversaba con una coachee sobre la compasión y esta conversación me regaló la oportunidad de escribir un poco más sobre este sentimiento y reconocer que entre sentir compasión y lástima hay algunas diferencias valiosas a recordar.
En definitiva, para ser compasivos tenemos que ser empáticos. Entender y validar las emociones del otro sin que medie juicio.
En principio preguntarme, ¿Entiendo, valido y reconozco mis emociones? si no he validado mi incertidumbre, abrazaré al otro con incertidumbre. Si no he validado mis juicios y miedos, abrazaré al otro desde mis juicios y miedos. Transitar por el pilar más importante: el autoconocimiento. Luego de que reconozco mis emociones, puedo gestionarlas.
¡Bienvenida empatía! Nuestro interés genuino de abrazar las emociones del otro, su dolor y su grandeza. La mirada de un niño generoso, aquella que todos hemos tenido alguna vez pero que con el tiempo vamos perdiendo para empezar a ver el mundo desde nuestras creencias, juicios previos, miedos, logros y renuncias.
La compasión es una invitación a reconocer que el otro tiene una historia de vida diferente a la mía y abrazo su dolor y su magnanimidad.
Hoy el mundo nos necesita más empáticos, resilientes, agradecidos y compasivos. La buena noticia es que se puede trabajar y puedes empezar cuando así tú lo decidas.
Les envío un abrazo.